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Garnachas, barrio y abuelas

 


Foto: Viva anuncios

Entre olor a garnachas, frutas de temporada, saludos de barrio y carritos de mercado existe una atmósfera chilanga que cumple con todas las características de la representación del México actual, común y real. 


“Viene, viene”, “¿Le acompleto el kilo güerita?” y “¿Verde o roja?” son frases que integran la voz de los comerciantes mexicanos en los mercados públicos: el verdadero pilar de la Ciudad de México. 
Las visitantes visten baberos a cuadros combinados con flores, uniformes escolares manchados de chamoy y bolsas con leyendas como “Pollería Los Tres Gallos”; cuentan la morralla para pagar el kilo de carne y escogen las verduras menos magulladas. Se encuentran con comadres, ahijados, vecinos y antiguos amigos. Intercambian saludos y recetas familiares para terminar prometiendo volverse a ver aunque son muy pocos los que  cumplen aquella promesa. 

En el primer trimestre de 2023 la fuerza laboral de comerciantes en establecimientos fue de 5.9M personas. Mientras que a nivel nacional en 2018 habían 7, 481, 987 comerciantes según datos del gobierno mexicano.
Dentro de estas cifras se encuentran los dueños y trabajadores del mercado tan  popular como chilango: Romero Rubio.

Con alrededor de 639 comerciantes, el lugar no sólo funge las funciones de un mercado sino que se ha convertido en un centro de encuentros para familiares y amigos, un derroche de sabores y una fuente de ingresos económicos. 

Por su ubicación céntrica, el mercado es uno de los más visitados año con año pues se encuentra en el corazón de la alcaldía Venustiano Carranza en la calle Cantón #114 dentro de la colonia que es conocida popularmente por su mismo nombre. A tan sólo 10 minutos caminando de la estación de metro perteneciente a la Línea B: Romero Rubio. 

La creación del mercado data de aquellos años antes de que se pusieran las banquetas cuando el barrio apenas abría sus puertas en 1909. Un territorio indómito, popular y obrero. 
Sin embargo, los comerciantes no tenían un lugar establecido para vender, sino que era una especie de tianguis en esa misma locación. 

El establecimiento se inauguró durante 1962 con el objetivo de quitar a los vendedores de las banquetas y ofrecerles un local en donde resultaría más sencillo vender sus artículos. 

Carnicerías, verdulerías, garnachas, zapateros, cremerías, abarrotes, pollerías, mariscos, ropa, farmacia, cocinas económicas, florerías e incluso estéticas y barberías son algunos de los locales que integran al mercado. 
El abanico gastronómico abarca todo tipo de alimentos, desde caldos de gallina hasta hamburguesas de cochinita. Venden quesadillas dobles y guisados sueltos en bolsitas de polipapel.  Los comerciantes que trabajan en el mercado forman una especie de familia en la que se apoyan, se cuidan y se procuran. Son nietos de las abuelas que se ganaron la vida con sudor y esfuerzos trabajando en el comercio informal. También sostienen a su familia completa de los ingresos que obtienen por sus ventas, hay días buenos en los que la ganancia supera lo común y otros días el mercado se asemeja a un museo, pues los marchantes sólo van a observar. 

Asimismo, el estacionamiento del mercado se llena de vendedores durante la llamada “temporada fuerte” que va desde noviembre hasta enero. Es ahí cuando los mismos locatarios del mercado colocan puestos informales fuera de este con artículos acorde a las festividades. Desfilan disfraces para Halloween, ponche de frutas navideño y juguetes para quienes reciben a los Reyes Magos. 

Evidentemente, la jornada laboral de los comerciantes termina por extenderse las 24 horas del día.

Aunque sin ser una temporada alta o fuerte, el mercado es visitado por habitantes de sus colonias vecinas: Aquiles Serdán, 20 de noviembre, San Juan de Aragón, Morelos, Tepito y otras más. Esto se debe a su extensa gama de productos en venta y la calidad que estos tienen; pero también importa el servicio al cliente, es decir, la amabilidad que tienen sus comerciantes con los clientes. 

Por las razones anteriores, el mercado Romero Rubio posee el octavo lugar en la lista titulada “Los 10 mejores mercados para comer en la CDMX” según El Universal. 

—¿Desde hace cuanto trabajas en el mercado?

—Desde que era chamaquillo, tendría al menos unos 10 o 11 años.

—¿Y cómo era antes?

—Uyyy, yo nomás me acuerdo que antes le ayudaba a mi abuelita a vender la verdura. Sentía que era un juego para mí, todavía no me preocupaba llegar con dinero en las bolsas a casa. Siento que todavía ronda mi abuela por el local y por los pasillos. Es como si la esencia de todos los que han trabajado aquí se quedara en el mercado. 

Romero Rubio es su barrio: las abuelas que cuentan su vida a los carniceros, las jefas de familia que buscan las verduras más baratas, los niños que acompañan a sus madres y les ruegan por un juguete o un dulce, los señores que van a la tlapalería, los comerciantes que se mantienen de las ventas de sus negocios y quienes van al “mandado” al mercado.
Pero también es su olor a romero y lavanda, los colores de las flores, el sonido de las ollas, el tacto de las bolsas de plástico y el sabor de los pambazos. 

Incluso, en algunos casos, se ha transformado en un recuerdo en vida de quienes ya no están aquí.

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