León Trotsky nació en Ucrania, Rusia, en 1879. Desde muy joven fue un revolucionario marxista afiliado a organizaciones vinculadas con la lucha obrera, como la Liga Obrera de Nicolaiev, participante en congresos y representante de los trabajadores.
La tradición de dar asilo a perseguidos políticos es una distinción con la que México ha convivido gran parte de su historia; desde los refugiados chilenos, pasando por los españoles y argentinos. Pero pocos personajes con la envergadura política del hombre que hoy cumple 84 años de haber desembarcado en Tampico. Lev Davidovich Bronstein llegó a México gracias a la petición expresa del pintor mexicano Diego Rivera al entonces Presidente de México, Lázaro Cárdenas.
“La buena voluntad del gobierno de México de darnos el derecho de asilo fue recibida por nosotros con gratitud, pues la dura actitud del gobierno de Noruega dificultó que obtuviéramos la visa de otros países” dijo Trotsky a su llegada a nuestro país, convirtiéndose en uno de los más importantes personajes de la época.
La famosa Casa Azul, en ese entonces habitada por Frida Khalo y Diego, recibió al fundador del ejército rojo ruso y perseguido por Joseph Stalin. A pesar de la lejanía con su tierra, Trotsky continuó su activismo político bajo el uso de pseudónimos para encubrir su identidad y poder seguir escribiendo manifiestos y boletines. El ruso mantuvo una intensa relación con Frida, quien se dice que buscaba venganza tras la traición de Diego con su hermana. Otras versiones mencionan la complicidad de dicha relación. Fuere como fuere, en 1939 Leon decide mudarse a la que hoy es la casa museo León Trotsky, muy cerca de la Casa Azul.
Fue el 20 de agosto de 1940, cuando finalmente un asesino stalinista, Ramón Mercader, asestó un duro golpe en la cabeza de Trotsky. Este murió y su cuerpo fue hallado al día siguiente. El ruso, como previendo su muerte, en febrero de ese mismo año escribió:
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente. León Trotsky”.
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